lunes, 10 de marzo de 2014

CUANDO LA LIEBRE SE CONVIRTIÓ EN INDIANA JONES


             Indiana Jones, Lara Croft y tantos otros personajes de ficción han creado, desde hace décadas, una imagen estereotipa del arqueólogo: buen físico en todos los sentidos –sobre todo por los múltiples combates contra enemigos de todo tipo-, conocimientos enciclopédicos de cualquier cultura que haya existido sobre la faz de la Tierra –a veces dan la impresión de tener medidores de Carbono 14 en los ojos-, capacidad para excavar o extraer artefactos sin documentación previa o permisos, etc. Es cierto que ya en el siglo XIX y principios del XX, con los grandes descubrimientos –lástima que no se preste atención a los pequeños y más numerosos hallazgos, en ocasiones más valiosos que los primeros- se llegó a dibujar al arqueólogo con ese aire que don Manuel Bendala Galán calificaba de “realidad en sí misma novelesca” (La Arqueología: el pasado a nuestro alcance. Salvat, 1985, p. 18) pero que se fundamentaba en grandes figuras que habían aportado grandes logros, al menos en cuanto a registro material. Seguramente algunos nombres suenen al lector, como Heinrich Schiliemann, Howard Carter, Sir Arthur Evans o Walter Alva. Fueron y son famosos por sus trabajos, aunque muchos de ellos estén, aunque solamente sea en una pequeña parte, superados por el nivel actual. En el “anonimato”, entendido como un desconocimiento por el gran público, quedan miles de profesionales que, sin tener aportaciones tan llamativas, hacen avanzar a la ciencia arqueológica con paso firme hacia un mejor conocimiento del ser humano y su desarrollo. ¿Y toda esta introducción por qué? Pues sencillamente porque en la galería de arqueólogos ilustres hay que incluir a unos pocos ejemplos, eso sí, de lo más curiosos. Además de no tener formación académica ninguna…¡ni siquiera forman parte de la especie humana!. No, no, no hablamos de alienígenas ni seres fantásticos, simplemente de unos pequeños conejos de campo que han ayudado a descubrir un potente y desconocido yacimiento.

                La noticia, que acaba de publicarse en los medios de comunicación británicos, habla de una familia de conejos que, gracias a sus actividades haciendo túneles, han desenterrado una apreciable cantidad de útiles de piedra manufacturados por el hombre en el pasado. Concretamente hablamos de una zona conocida como Land’s End, en la parte oeste del condado de Cornualles (Cornwall), en el suroeste de Gran Bretaña y por tanto en uno de los extremos de la isla, en un paraje de gran belleza paisajística que recibe todos los años a miles de visitantes. La aparición, en el exterior de sus madrigueras, de elementos como puntas de flecha y otros útiles líticos, con una antigüedad que se remonta a los 8.000 años, han llevado al lógico interés de los arqueólogos –estos humanos, eso sí- que han procedido a reconocer un área de más de 60 hectáreas de terreno. Dean Paton (http://bigheritage.co.uk/contacts-page/deanpaton/), fundador de Big Heritage, empresa dedicada a temas de gestión del patrimonio (http://bigheritage.co.uk/), ha afirmado que la zona puede ser una “mina de oro” arqueológica, puesto que hay indicios de un sepulcro de corredor neolítico, una necrópolis de la Edad del Bronce e incluso un poblado fortificado de la Edad del Hierro. Por ello, Paton tiene planeado iniciar una campaña de excavación que podría prolongarse al menos durante dos años, acompañando la excavación y estudio de materiales con la divulgación y la puesta en valor para su explotación turística, incluyendo el reclamo de los “arqueoconejitos” responsables del hallazgo.

Artículos de la prensa británica





 

   Paisaje del Land's End (foto de Pauline Eccles, http://www.geograph.org.uk/photo/780142).

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